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El Gusano

Comayagua es una de las ciudades de Honduras donde hay más iglesias, pero alrededor de cada una de ellas se cuentan historias que aterrorizan a cualquiera. En uno de los barrios de esa ciudad vivió una joven que por su belleza era asediada por los hombres, pero sus intereses iban más allá.

Mujer, yo no voy hacerle caso a esos probretones, a mi vida tiene que llegar un hombre con mucho dinero. Aquí en Comayagua hay muchos hombres de dinero pero pasan de los sesenta años. Mujer, es mejor así, me quedo con el dinero si él se muere rápido.

Las luces de la calle comenzaron a encenderse a las seis de la tarde y algunas personas de la ciudad que acostumbraban a visitar el parque para distraerse un poco caminaban en grupos, en uno de esos grupos iba Rebeca Cervantes la joven bella con grandes ambiciones. Al llegar al parque comenzó a dar vueltas con una de sus amigas, fue entonces que se fijó en un hombre alto, de complexión fuerte, piel blanca, un poco rubio y bien vestido.

Con aquella coquetería femenina se acercó al extraño y le preguntó si esperaba a alguien, él negó con un movimiento de cabeza, sonrió a las dos mujeres y se alejó despacio del bullicio del parque.

Aquella noche Rebeca no podía conciliar el sueño, tenía fija en su mente la imagen de aquel desconocido, ni siquiera le pregunté cómo se llamaba dijo la muchacha, a lo mejor es de esos ingenieros que andan midiendo para la nueva carretera que van a construir ...mmm, pero aunque sea guapo no conviene a mis intereses, voy a pensar que nunca lo vi.

Eran las 11 de la mañana cuando Rebeca se dirigía al mercado del centro, de pronto en uno de los portones del mercado vio al extraño, paso frente a él y quedó intrigada porque el hombre apenas si la miró, fue totalmente indiferente. Ella con la curiosidad propia de las mujeres volteó a ver hacia el portón y el hombre ya no estaba ahí.

Tres meses habían pasado desde que Rebeca vio aquel hombre que la había impactado en el portón del mercado, por su mente ya no cruzaban pensamientos con el extraño. En esos días conoció a un hombre de 65 años de edad propietario de dos haciendas de ganado quien viajaba constantemente a la zona norte del país donde tenía otros negocios, se llamaba Dagoberto y era viudo, Doña Esmeralda su esposa, había fallecido de una rara enfermedad, según se dijo en Comayagua, tres años habían pasado desde el fallecimiento de Doña Esmeralda y no se había visto a don Dagoberto detrás de ninguna mujer. Al conocer a Rebeca se rindió ante su exuberante belleza y comenzó a visitarla en su casa.

Don Dagoberto, el viejo ganadero se enamoró perdidamente de Rebeca y seis meses después se unían por los sagrados vínculos del matrimonio en la santa Catedral de Comayagua. Fue una boda espectacular con gran derroche de alegría, música, comidas, bebidas, en fin no hizo falta nada.

Al salir de la iglesia y cuando todos aplaudían el paso de los recién casados, Rebeca vio parado en el parque al hombre que había ocupado su mente momentáneamente, recordó que la última vez lo vio frente al portón del mercado Central... los novios fueron llevados en un hermoso carruaje cuando ella volteó a ver hacia atrás aquel hombre ya no estaba ahí.

Dos meses más tarde, Rebeca se sentía dueña y señora de las haciendas de su esposo, los peones la respetaban y le llamaban la señora bonita. Una noche mientras su esposo se encontraba en su escritorio sacando cuentas, ella le llevó una taza de café y galletas, él la besó intensamente agradeciéndole aquel gesto de cariño. No debería de trabajar tan tarde Dagoberto.

Es que tengo que sacar muchas cuentas porque al final, y aunque parezca un juego de palabras, yo también tengo que rendir cuentas.
Yo sé que el dinero nos da comodidades pero usted debe curar su salud, últimamente lo he visto como enfermo, trata de ocultármelo pero yo lo adivino.

Eso es verdad amor, pero no se preocupe que el día que yo falte usted será una mujer inmensamente rica por eso hago mis cuentas... sobre el espejo del dormitorio hay una llave que pertenece a un gran baúl que está en el sótano donde guardo una inmensa riqueza que desde luego es suya también... por eso saco cuentas para rendirlas.

Rebeca no entendía la forma de hablar de su esposo, una mañana, mientras él andaba de viaje tomó la llave que estaba sobre el espejo y bajó al sótano y vio aquel inmenso baúl, abrió el candado y al hacerlo se llevó la impresión más grande de su vida, ahí había joyas de toda clase, collares de esmeraldas y de rubíes, monedas de oro, lingotes de oro, perlas, en fin aquél sí era un verdadero tesoro. Eso aumentó su ambición y desde ese momento deseó la muerte de su esposo.

Una noche Don Dagoberto comenzó a quejarse, tenía un gran dolor en el pecho. Rebeca, creo que voy a morir, pero no será una muerte común... alguien va a venir por mí. A medianoche se escuchó el ruido de un caballo que se acercaba a todo galope, la bestia se paró frente a la casa y las puertas se abrieron solas.

Don Dagoberto se levantó de su cama y caminó hacia la puerta principal, iba suspendido en el aire, un rayo rompió el silencio de la noche y se desató una tormenta infernal que duró apenas dos minutos. Dagoberto desapareció en el aire y en la puerta principal apareció la figura de aquel extraño, el mismo que Rebeca había visto en el parque y en el mercado, señalándola con el dedo le dijo: Por tu ambición no tendrás nada.

Rebeca estaba paralizada por el miedo. Ahí comprendió que aquel extraño era el mismísimo satanás.
Cuando amaneció tomó la llave del baúl, bajó al sótano y al abrir el baúl ya no estaban las joyas sino que miles y miles de gusanos, cuentan que ese mismo día Rebeca envejeció y enloqueció... jamás en su vida quiso acercarse a Dios por su desmedida ambición.

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