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La enfermeraCuentan que en 1947 hubo un accidente automovilístico en la zona Sur de nuestro país, algunos heridos fueron trasladados al hospital de Choluteca y otros a Tegucigalpa. Entre los lesionados se encontraba un joven llamado Dimas Ramírez, originario de Apacilagua. Junto con otras personas viajaba de Choluteca a la capital y cerca de la ciudad de Pespire una de las llantas del vehículo se reventó, provocando el volcamiento. Dimas sufrió dos fracturas en las piernas y su estado de salud era delicado, los médicos lo atendieron bien y poco a poco fue restableciéndose. Lo que más molestaba a Dimas era un terrible dolor debido a los golpes recibidos en la cabeza, le daban calmantes, pero el alivio era temporal; de nuevo, y especialmente en horas de la noche, sufría de dolor de cabeza. Una noche, cuando todo estaba en silencio y los demás pacientes dormían en la sala de hombres, llegó una enfermera que cumplía la rutina de supervisar a cada paciente. El joven la vio y la llamó. - Señora, ¿me puede atender, por favor? Desde aquel momento Dimas sintió un gran alivio, el dolor de cabeza se fue y experimentó una sensación de bienestar. Pensaba en su pobre madre y sus dos hermanos pequeños, tres pacientes del mismo accidente habían regresado a sus hogares y seguramente le habían contado a la mamá lo sucedido. Eso lo tranquilizaba, estaba muy agradecido con aquella enfermera, una señora buena, atenta y servicial con todos los pacientes de la sala de hombres. Tenía el turno de la medianoche y Dimas sabía que ella le guardaba especial cariño. Una mañana llegaron los médicos y se llevaron a Dimas a la sala de operaciones, le quitaron el yeso y le curaron las heridas, luego lo regresaron a su cama. Aquella noche del 12 de febrero de 1947 llegó la enfermera a verlo: -Así es, pero te la he dado a escondidas, los doctores no creen en estas medicinas. -Me va a disculpar, pero me gustaría saber su nombre, no me lo ha dicho. -Teresa, me llamo Teresa, ¿no se te va a olvidar, verdad? -Entré jovencita a este hospital San Felipe. Los años no perdonan, hijo, me voy volviendo vieja, pero no dejo a mis enfermos. -Es la única que viene a medianoche, las demás enfermeras ni se asoman. -Es por turnos hijo, es por turnos, a mí me toca el de la noche. Bueno, voy a ver esas piernas, a ver, mmm.... se te miran bien. Te voy a dar un masajito con una cremita que yo misma hice con algunas yerbas, no te va a doler. Amaneció, era el 13 de febrero, aproximadamente a las diez de la mañana Dimas recibió una gran sorpresa, ahí estaban en la sala su mamá y sus hermanos, Fue tanta la emoción que se levantó y caminó para saludar a doña Esperanza. -Hijo mío, casi un mes sin verte, hemos estado desesperados por venir, hasta que mi compa Eulalio nos trajo. Dijo el doctor que te podemos llevar con ayuda hasta que camines bien. -Pues antes de irte vamos a buscarla, yo también quiero darle las gracias. Media hora más tarde Dimas estaba listo para salir del hospital San Felipe, dos enfermeras y un doctor fueron a despedirlo al portón principal, lo miraron inquieto y uno de los médicos le preguntó: ¿Sucede algo Dimas? El muchacho, con un dejo de tristeza, respondió: Anduve por todo el hospital buscando a la enfermera que me asistía en la noche y nadie me da razón de ella. ¿Cómo se llama?, le dijo el médico, posiblemente nosotros te podemos informar de su paradero. Dimas, rascándose la cabeza, respondió: Es doña Teresa, una señora blanquita, canosa, la que tiene un lunar en el cachete. Médicos y enfermeras no podían creerlo, una de las enfermeras se puso a llorar: Esto es increíble… fue ella, mi tía Teresa, que dejó su vida en este hospital. Después de los cinco años de fallecida sigue velando por los pacientes. |
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